Una nueva pandemia: la intolerancia de los «tolerantes»
¿Han cambiado los tiempos? ¿Se alteró la actitud de los enemigos de Cristo y de su Iglesia? ¿Se cumple la previsión del mensaje de Fátima de que vendrán «persecuciones contra la Iglesia»?
Si a mí me han perseguido, también a vosotros os perseguirán» (Jn 15, 20), les decía Jesús a sus discípulos. No es de extrañar, pues, que crezcan en distintas partes del mundo los crímenes de odio anticristiano.
Una pandemia revolucionaria anticristiana
El Gobierno de China sigue eliminando los símbolos de nuestra santa religión. Sólo en la provincia de Anahui más de 500 cruces han sido retiradas del exterior de las iglesias en los últimos meses. Es la continuación de un dispositivo, que se ha vuelto más radical a partir de 2018, en el que se alega una supuesta «violación de las leyes de planificación».
En Francia —tierra de la «libertad, igualdad y fraternidad»—, según datos de la Conferencia Episcopal, de enero a marzo de 2019 tuvieron lugar 228 actos violentos anticristianos.
En abril de ese año presenciamos con profundo dolor el incendio de la catedral de Notre Dame, todavía sin esclarecer. Quince meses después el fuego destruía el majestuoso órgano de 5500 tubos de la catedral de Nantes. Dos diputados afirmaron en una entrevista que en Francia se registraban tres actos vandálicos diarios contra la Iglesia. Y no solamente en la nación francesa: en toda Europa crece el número de atentados; en la India se ha verificado un aumento del 40% en el primer semestre de este año.
Otra singularidad de ese odio anticristiano la hemos visto en las protestas que ocurrieron en distintos países, como Chile, México o Argentina, en donde los manifestantes, al mismo tiempo que gritaban la revolucionaria frase del escritor anarquista ruso Piotr Kropotkin: «la única iglesia que ilumina es la que arde», destrozaban crucifijos, decapitaban imágenes de la Virgen María, hacían pintadas antirreligiosas en el exterior de los templos.
Una de las muchas estatuas de San Junípero Serra vandalizadas en Estados Unidos
En Estados Unidos, modelo de respeto democrático, vandalizaron en la Misión de San Gabriel, de California, la estatua de su fundador: el misionero San Junípero Serra, fraile franciscano protector de los indios. Él fue quien bautizó las grandes ciudades de la región con los nombres de Los Ángeles, San Diego, San Francisco. Igualmente causaron estragos en varias iglesias.
Recientemente, manos criminales aún no identificadas calcinaron en la catedral de Managua, Nicaragua, la imagen de la Sangre de Cristo, de 382 años de antigüedad. El arzobispo metropolitano, el cardenal Leopoldo Brenes lo calificó de «un acto de sacrilegio totalmente condenable» asegurando que «esto estaba planificado».
Días antes había sido profanada una capilla en el municipio de Nindirí, también del mismo país. Demostrando una especial saña anticatólica, los profanadores robaron la custodia del Santísimo Sacramento y el copón, esparcieron las hostias por el suelo y las pisotearon, destruyeron imágenes, bancos y otras piezas del mobiliario.
Estado en el que quedó la imagen de la Sangre de Cristo, de la catedral de Managua, tras el atentado
¿Se cumple la previsión del mensaje de Fátima?
Extremismos ideológicos, motines anarquistas, fanatismos religiosos y toda clase de violencia estallaron en diversos países y variadas situaciones, pero con una característica común: el odio contra la Santa Iglesia Católica. La intolerancia de los «tolerantes» produjo una verdadera «pandemia revolucionara anticristiana» de persecuciones y sacrilegios.
Una cosa que llama la atención es que no sólo hay ataques a seres mortales —asesinatos de misioneros, sobre todo en el continente africano—, sino también a edificios e imágenes que simbolizan las cosas celestiales. Son criminales embestidas dirigidas indirectamente contra el propio Dios.
¿Han cambiado los tiempos? ¿Se alteró la actitud de los enemigos de Cristo? ¿Se cumple la previsión del mensaje de Fátima de que vendrán «persecuciones contra la Iglesia»?
El bien es invencible, la Iglesia es inmortal
La Sagrada Escritura nos narra, nada más al comienzo, la caída de nuestros primeros padres, Adán y Eva, y la promesa de la victoria de la Virgen cuando dice: «Pongo hostilidad entre ti y la mujer, entre tu descendencia y su descendencia; esta te aplastará la cabeza cuando tú la hieras en el talón» (Gén 3, 15).
De este modo se anuncia el nacimiento de dos estirpes espirituales: la de los hijos de la luz y la maldita raza de los que practican las obras de las tinieblas. Solamente en el fin del mundo cesará el enfrentamiento entre ambas. A lo largo de la Historia, no obstante, el linaje de la serpiente ha ido mostrando o escondiendo sus garras, según le convenía, en función de las circunstancias.
Ahora vemos, en nuestros días, cómo los católicos presencian entristecidos y llenos de perplejidad tan sacrílegos acontecimientos. Ante estos, quieren mantenerse fieles a Cristo, cuya marca llevan grabada en sus corazones. Procuran actuar en el día a día conforme a las enseñanzas de San Pablo: trabajando por su propia salvación «con temor y temblor» (Flp 2, 12), buscando ser «irreprochables y sencillos, hijos de Dios sin tacha, en medio de una generación perversa y depravada» (Flp 2, 15) para brillar como lumbreras del mundo.
Vivimos hoy, de hecho, en una sociedad dominada por las tinieblas; pero, incluso disponiendo de enormes medios materiales para destruir al Bien, el mal teme la palabra de los buenos. Saben que son invencibles porque la Iglesia es inmortal.
A pesar de la aparente desproporción de fuerzas ante el poderío de los malos debemos, pues, alegrarnos. La victoria será siempre de la Santísima Virgen, «porque para Dios nada hay imposible» (Lc 1, 37).
«Insultad al sol, que brillará de todos modos»
La causa profunda del odio descrito aquí, detrás del cual está evidentemente el demonio, es la de ver reflejada de alguna manera la inmaculada pureza de la Virgen María en sus hijos, los católicos fieles.
Ella es la Reina que, a través de sus distintas apariciones a lo largo de los siglos, ha venido a preparar a la humanidad para el embate por excelencia entre esas dos razas: la de los hijos de la luz y la de los hijos de las tinieblas. Y lo hace enfervorizando a los buenos y confundiendo a los malos.
Matriz y precursora de los grandes combates que están por venir es la lucha relatada en el libro del Apocalipsis: «Un gran signo apareció en el cielo: una mujer vestida del sol, y la luna bajo sus pies y una corona de doce estrellas sobre su cabeza» (Ap 12, 1). Después se vio «un gran dragón rojo que tiene siete cabezas y diez cuernos, y sobre sus cabezas siete diademas» (Ap 12, 3).
A continuación, hubo una gran batalla: Miguel y sus ángeles libraron un combate contra el Dragón y sus secuaces y los expulsaron del Cielo.
Concluyo aquí nuestra reflexión sobre este apasionante tema, dándole como respuesta a quienes blasfeman esa conocida frase atribuida a Edmond Rostand: «Insultad al sol, que brillará de todos modos». Aunque ellos griten, súper excitados como demonios, que «la Iglesia es una basura» o «Dios no existe», ¡la raza de la Virgen triunfará! ◊